Madrid 8 de Diciembre de 2011
07:15
Estaba mirando por la ventana, pensando en cómo iba a
registrar el edificio al día siguiente, cuando oí pasos en el rellano. Al
principio pensé que era uno de ellos, pero luego pude distinguir una voz. No
entendí que fue lo que dijo, pero supe que era una voz masculina.
Más pasos, eran dos personas.
[TOC TOC] sonó la puerta. Rambo se despertó
al escuchar los golpes y se disponía a ladrar, cuando le cogí el hocico y lo
miré negando con la cabeza.
-¿Quién está allí? -pregunté con tono hostil.
-Abre, por favor -era una voz débil, apenas podía
oírle-. Somos tus vecinos del tercero, Luis y Claudia
Silencio.
-Necesitamos tu ayuda.
Abrí la puerta para encontrarme a dos seres famélicos.
El padre estaba completamente desnutrido, la niña no tanto; aunque podía ver
como se le sobresalían los huesos. Eran verdaderos esqueletos.
-Gracias -alcanzó a decir Luis mientras se apoyaba
contra el marco de la puerta para mantenerse en pie.
La niña mantenía la mirada fija hacia el frente,
mientras apretaba fuerte la mano de su padre. Por su aspecto, no podría tener
más de seis años. Su cabello rubio había tomado un tono oscuro, debido a la
falta de higiene. Ambos estaban excesivamente grasientos tanto en su cutis como
en la ropa.
Empecé a bombardear al hombre con preguntas, que qué
les había sucedido, por qué se encontraban en tal estado, etc.
Luis alzó su mano para que me detuviera y luego la volvió
a apoyar en el marco de la puerta.
-Hemos estado en el piso de un vecino todo este
tiempo, el 4to B -su voz podría haber sido un suspiro-. Antes de marcharse,
Julio me dejó las llaves. Cuando mordieron a mi hijo, mi esposa insistió en
quedarse con él. Le dije que era un suicidio… pero ella no quiso escucharme y
yo tenía que mantener a mi hija a salvo.
»Los primeros días, después de que nos mudásemos, me
cercioraba que Claudia estaba segura en nuestro nuevo hogar y luego los
visitaba. Le daba de beber al perro y alimentaba a mi esposa, quien ya
prácticamente ni me reconocía. Su mente jamás pudo procesar la infección de
nuestro pequeño.
Con lo poco que comía, llegó el momento en cual ya no
tuve las fuerzas para bajar al tercero. Subsistimos a base de los alimentos no
perecederos que había comprado cuando las cosas habían empezado a ir mal. Sin
embargo, este último tiempo hemos estado comiendo poco más que galletas y pasta
sin cocinar. Hasta he tenido que racionar esto último. Hace dos días que no
como. Las últimas galletas se las he dado a Claudia.
Pensé que íbamos a morir allí. Pero entonces te oí a
ti, yendo a nuestra casa y lidiando con el monstruo en el que se había convertido mi hijo. También
escuché cómo te llevabas al perro. Supe entonces que tú serías la única opción
para Claudia.
-¿Su única opción? -mi pregunta fue automática.
-Subir las escaleras ha sido todo un esfuerzo para mi
cuerpo extenuado -la mano en el marco de la puerta temblaba sin cesar-. No
puedo más, necesito cerrar los ojos. Pero Claudia, ella sí puede sobrevivir.
Necesito que te hagas cargo de mi hija.
-¿Por qué yo? -indagué mirando a la niña que seguía
sin inmutarse- Seguramente habrá alguien en la comunidad que pueda…
-¿No lo sabes? -me interrumpió Luis, mientras sus
piernas empezaban a ceder bajo su peso-. Todos se han…
El hombre se desplomó en el suelo. Los ojos verdes de
la niña se posaron sobre su padre; su expresión seguía siendo un gran vacío. No
creo que se enterará de lo que ocurría a su alrededor. Corrí
hasta Luis y me arrodillé a su lado; no tenía pulso. La mano de Claudia había
quedado cerrada, sosteniendo aún una mano que ahora yacía en el suelo.
Rambo, que había estado todo el tiempo a mi lado,
corrió conmigo hacia ellos. Debe de haber reconocido a Claudia, ya que ladró y
le lamió la cara al instante. Las mejillas de la niña se empaparon de lágrimas,
sus párpados cayeron rendidos y ella comenzó a desplomarse hacia adelante. La
agarré antes de que tocara el suelo y la abracé… la abracé como nunca había
abrazado a nadie en toda mi vida